Marina había tenido un día difícil en el trabajo. Solo deseaba llegar a su casa, quitarse los zapatos y sentarse a tomar unos mates y ver las noticias.
Bajo de su coche, busco las llaves en su bolso y cuando se disponía a abrir la puerta de su casa lo vio. Estaba allí, acurrucado en la entrada y temblando como una hoja. Pura piel y huesos. Cuando ella se acerco a hablarle, un poco temerosa, el pobre perrito apenas movió su cola. Parecía estar enfermo. No lo pensó un segundo, abrió la puerta de su casa, dejo sus cosas en el sillón y volvió para entrar al perro. Este se dejo llevar en brazos como si estuviera acostumbrado a Marina. Busco una manta vieja, lo puso en la cocina y llamo al veterinario. Ya se imaginaba lo que iba a decir su madre, que estaba loca, que tener un perro en una casa era vivir con suciedades y mal olor, que se le iba a llenar todo de pulgas! A ella no le importo, basto ver sus ojitos tristes para entender que el se sentía como ella, solo y abandonado.
Ya en la noche tarde, cuando el veterinario se fue, Pirata (así le había puesto), estaba cómodamente instalado en la cocina sobre un lindo almohadón, bañado, vacunado y comido.
Mientras lavaba los platos pensaba: como puede haber gente inhumana que tira los perros a la calle? No tienen perdón!
